En un principio, esta era una afirmación con la que resonaba profundamente, pero era algo intelectual. Con los años, se ha arraigado en mi mente, alma y cuerpo. Saber que el otro no existe y la muerte tampoco es una convicción que me da alegría de vivir, me permite transformar mi vida y transformarme a mí misma. Desde mi Existencia - esa certitud de quien soy realmente- sano y acompaño a otros a sanar.
Soy soberano integral y tú también. Soy uno con el Creador. Somos uno.
Nací mujer en Sutatenza, Colombia a principios de los años 1970. Mis padres Rosalba y Rafael me transmitieron el ideal de progresar mediante la educación y una forma de vida urbana. Años después, comprendería que estaba ignorando mis raíces, mis abuelos, el mundo campesino que me construyó durante centurías, sin nombrar mis orígenes milenarios. También mi feminidad, mi cuerpo y mis emociones. El ideal de realización en la vida eran los estudios.
El ideal de progreso me llevó a realizar estudios de informática y luego, el ideal de justicia social, me llevaría a los de historia. Tuve muchos aprendizajes, pero también experiencias personales y profesionales no plenas. Mis fracasos en la vía trazada, me llevaron a encontrar respuestas más allá: en paradigmas espirituales, que me dieron fe en el futuro. Y luego, llegó la hora del más acá, de la realidad.
La maternidad me trajo el gran regalo de abrirme al flujo de la vida y al mismo tiempo, a mi herencia familiar de desvalorización de las mujeres en tanto tales y también de los hombres. La historia y el sistema informático a ordenar eran los míos.
El camino de Sanación llegó a mí cuando de un lado se desmoronó el mundo que había pretendido construir. Y del otro, la maternidad revivivió mis raíces. Parecía contradictorio, pero no lo era. Dar vida en medio de una realidad no plena de desvalorización como mujer y madre era la ecuación que venía del clan. Las nuevas creencias espirituales y mi arrogancia hacia los ancestros no podían cambiar esta ecuación. El clan me transmitía tanto el soplo de vida como el gran dolor de sostenerla... y yo recreaba esta realidad inconscientemente.
Acudí a sanadores cuyo acompañamiento me permitó transformar el curso de mi vida.
Aprendí terapias que abordan a la persona teniendo en cuenta su totalidad, aunque aproximándose de manera diferente.
Agradezco a mi principal síntoma: la distancia que tomé de mi familia, de mi tierra y de mi realidad, en una palabra, de mi madre. Me elevé a las nubes para darme cuenta que debía hundirme en la profundidad del corazón. Hoy puedo agradecer y abrazar a mi madre sin peros y este es sólo un paso de sanar la madre en mí.
En el camino de esta vida, mi corazón se abre cada vez más para vivir desde mi Ser, para llamarlo a tierra y para sentir la unidad con mis hermanos, quienes como yo, nacieron en esta época maravillosa de la historia humana y también son "pedacitos de Dios".
Agradezco a todos mis síntomas por ser puertas de liberación, a mis padres, a mis abuelas y abuelos, agradezco a mi hija que me "obliga" a vivir de cara al futuro en este presente continuo constituído por los aparentes pasado, presente y futuro. A la Tierra, precioso planeta azul que tengo el honor de habitar en este tiempo. A todos mis maestros. Agradezco a todas las experiencias y a mi esencia.
Y agradezco a mis clientes, quienes vienen a sanarse, sanarme y hacer el mundo más bello.